El pasado viernes me invitaron a dar una charla en un Ayuntamiento de la Comunidad de Madrid. Se trataba de un Foro de Empleo y Emprendimiento orientado principalmente a jóvenes en sus últimos años de instituto, para que conocieran las posibilidades que existen en esta aventura que es emprender. Se trataba de una colaboración si remunerar, que acepté sin pensarlo por mi relación con el municipio y por la convicción de que hay que despertar a los jóvenes y animarles a que exploren nuevos caminos.

Mi intervención era la última de la mañana, por lo que escuché con atención al resto de ponentes. Hubo intervenciones interesantes, pero en mi humilde opinión, poco adaptadas a la edad media de los asistentes. Demasiados datos, demasiado formalismo. Prueba de ello era mirar las caras de los jóvenes, que estaban más pendientes de sus móviles que de lo que pasaba en el escenario.

Y llegó mi turno… Los que me conocéis sabéis que mis ponencias son un poco atípicas. Hablo sin tapujos de mi historia, de lo que supone emprender, de las veces que la he cagado (podría decir cometido errores, pero creo que cagarla es un término más descriptivo) y del aprendizaje que he obtenido en los últimos años. Reconozco que mi puesta en escena es políticamente incorrecta, y que mi lenguaje es bastante directo (como lo es el de la mayoría de la gente sin un micrófono delante). La verdad es que disfruté mucho del momento. Los chavales estaban atentos, se reían, participaban a mis preguntas, habían despertado de su letargo. Y ese era mi objetivo aquella mañana.

Pero no gustó a todo el mundo. El moderador de la mesa, un concejal del municipio, reprochó públicamente mi intervención, y centró el debate posterior, no en el contenido de todo lo que había dicho, si no en la forma que había utilizado. En el momento me sentí mal, pedí disculpas, no tenía ninguna intención de molestar a nadie, creo que no le falté el respeto a nadie, tan solo utilicé un lenguaje que conectaba mucho más con la audiencia. Incluso uno de los jóvenes salió en mi defensa en el momento para indicar que le había llegado mucho más el mensaje al utilizar su misma forma de hablar.

Lo curioso es que en el cierre del evento, el propio alcalde del municipio expresó que no estaba de acuerdo con su concejal y que no cambiara la frescura con la que había hablado. Ese mismo mensaje me lo transmitieron al finalizar la mayoría de ponentes y autoridades en el momento, y decenas de jóvenes (incluso algún profesor) en las redes sociales en las horas posteriores.

Este pequeño incidente me ha llevado a reflexionar sobre el tema, y a plantearme las siguientes preguntas:

Los asistentes a una charla, ¿son tus clientes?

No sé si hasta ahora me había hecho esta pregunta, pero ahora lo veo con claridad. Tal vez tu cliente directo es la persona que te contrata para dar la charla, pero entiendo que el «consumidor» final del «producto» es el asistente.

Por lo tanto, si hiciéramos un Canvas, los asistentes serían nuestro Segmento de clientes, y lógicamente estarán segmentados de alguna manera (edad, educación, nivel socio-económico, gustos…).

Una charla, ¿tiene que tener un objetivo?

Esto siempre lo he tenido claro. Pero por la experiencia que voy acumulando, compruebo que no todo el mundo piensa igual. No se trata de dar información (la mayoría de la información se puede encontrar en internet), no se trata de leer lo que ponen unas diapositivas (se da por supuesto que los asistentes saben leer), no se trata de rellenar el tiempo… Debería existir un objetivo, y sea lo que sea lo que cuentes, debería provocar algo en las cabezas de los asistentes. Algo que les invite a reflexionar, y más importante, que les lleve a la acción para cambiar o mejorar algo.

Entiendo que esta sería nuestra Propuesta de valor. 

¿Y cómo transmito la propuesta de valor a mi segmento de clientes?

Tendré que utilizar los Canales adecuados y tener una Relación con el cliente acorde a lo que demanda mi segmento de clientes.

Y creo que eso es lo que hice: entender que mis «clientes» de esa mañana eran adolescentes, que tenía el objetivo de hacerles reflexionar que el emprendimiento era una alternativa para ellos, y que tenía que utilizar un canal (presentación) y un lenguaje adaptado a ellos.

Conclusión

Tras las oportunas 24 h. de reflexión, tengo claro que hice lo que creo que es correcto. Tenía 20 minutos para provocar reflexión y acción en un grupo de adolescentes que llevaban toda la mañana en un auditorio. Todos esos chicos y chicas habían perdido una mañana de clases para asistir al evento, y si no hubiera conectado con ellos, sentiría que no había hecho mi trabajo (e insisto, no cobraba nada por ello esta vez).

Y ahora me encantaría abrir un pequeño debate:

  • ¿Qué opinas al respecto?
  • ¿Estás de acuerdo o discrepas?
  • ¿Es más importante una charla sin «tacos» o conectar con tu audiencia?
  • ¿Es más importante el contenido o las formas?