¡Ya está bien! ¡Me parece una auténtica injusticia! ¡Pobre lechera! ¡Quiero romper una lanza a su favor!

Desde que Esopo escribiera su fábula sobre el cuento de la lechera hace más de 2.500 años nos han estado vendiendo a la pobre lechera como una insulsa soñadora de la que teníamos que aprender que no debemos tener demasiada ambición o tendríamos nuestro castigo. ¡Pues me niego! La lechera era toda una emprendedora, una estratega con un plan de negocio y una planificación perfecta a corto, medio y largo plazo.

¿Y qué pasó? Pues que como todos los emprendedores tuvo un tropiezo en los inicios de su proyecto. ¿Y ya está? ¿Ahí se acaba el cuento? Estoy seguro de que una tía tan emprendedora volvió a casa, modificó el plan de negocio y comenzó de nuevo. Igual se buscó otro cántaro, le puso una tapa o caminó siempre mirando al suelo. Es posible que acabara montando un gran imperio de los lácteos (La Lechera del cuento Incorporation) y viviendo como una reina de los beneficios sin necesidad de volver a trabajar. Pero claro, esta versión animaría a la gente a soñar en grande, a volver a intentarlo tras un fracaso, a ser perseverante y luchar contra las adversidades… Y eso no interesa.

Pues yo voy a empezar a contar mi propia versión del cuento de la lechera con una nueva moraleja: Sueña, actúa, y si te equivocas corrige las veces que sean necesarias hasta que logres tu sueño.

Si te ha gustado este post, por favor compártelo y déjame tus comentarios.